Hace 130 años atrás Argentina enfrentaba dificultades para afrontar su
deuda, lo cual la llevó al incumplimiento de sus compromisos y a reestructurar sus pasivos.
Nuestro país tiene una característica prácticamente única, de hacer que uno cuando lee un diario de la época o libros de historia ingresa en una confusión sobre si está repasando algún suceso histórico o bien, se trata de un tema actual. Estudiar el pasado económico y político del país refuerza la teoría que Argentina está inmersa en un conjunto de cuestiones que se vuelven cíclicas, de manera de repetirse a lo largo del tiempo. Es por ello que el tema latente actual sobre la renegociación de la deuda, me llevó a investigar sobre la crisis producida en 1890.
La estrategia económica durante la última parte del siglo XIX estaba basada en el financiamiento externo para apuntalar la expansión de la actividad. Esta circunstancia provocaba una gran influencia de los sucesos del exterior en el ámbito doméstico. Así fue como en 1873 una crisis mundial, desatada en Viena, hizo sentir sus efectos sobre las cuentas del país. El flujo de empréstitos se detuvo, pero los servicios de la deuda se debieron seguir cumpliendo, lo cual puso de manifiesto la fragilidad del ciclo de expansión que se venía experimentado. De allí data la siguiente frase del presidente Avellaneda sobre que “el pueblo argentino ahorraría sobre su hambre y sed para honrar los compromisos públicos del país”.
Esta crisis no fue la única, debido a que posteriormente se sucedieron la de 1885 y luego en 1890. A partir de la mitad de la década del ochenta del siglo XIX se dio un proceso de expansión del dinero circulante, impulsado principalmente por la sanción de la Ley de Bancos Garantidos. El presidente Juárez Celman con el objeto de garantizar la cantidad de oro suficiente para hacer frente a los compromisos externos, permitió que cada banco pueda emitir billetes con la condición de depositar el equivalente en oro en el Tesoro Nacional. De esta manera el Estado les entregaría a las instituciones financieras que adhirieran bonos públicos con los que estos respaldarían sus billetes.
La mayoría de las crisis tienen un factor especulativo que las genera o impulsa.
En este caso los bancos que no tenían oro, lo obtenían mediante la emisión de bonos propios y los vendían en el exterior. De esta manera el metal que ingresaba a las arcas del Estado tenía un origen “ficticio”, debido a que provenía de préstamos y su destino sería cancelar otros préstamos. Desde 1885 a 1890 se produjo un ingreso al país de fondos extranjeros de alrededor de 710 millones de pesos oro (equivalente a 140 millones de libras esterlinas). La mitad de esta suma, se obtuvo a través de empréstitos contraídos en Londres. Tenga en cuenta el lector que Argentina contaba en 1890 con 3,4 millones de habitantes. Ya en 1890 la cuantía de la deuda ascendía a 900 millones de pesos oro (264 libras esterlinas adeudadas per cápita).
A comienzos de la última década del siglo XIX la deuda externa estaba conformada principalmente por el endeudamiento del Estado (de todos los niveles) y de los ferrocarriles. Los servicios de la deuda rondaban los 60 millones de pesos oro. A la salida de capitales por esta vía se le debe adicionar la remesa de utilidades desde las empresas radicadas en el país hacia sus casas matrices, los giros de inmigrantes hacia sus países de origen y el gasto en turismo. Estos dos ítems podrían ascender a 10 millones de pesos oro (no existen registros oficiales de la época al respecto).
Además de los fondos solicitados por el Estado, se deben adicionar las liberales concesiones ferroviarias otorgadas y las garantías sobre los intereses en inversiones extranjeras en los ramales, muchos de los cuales aún se encontraban improductivos. Lo cual aumentaba las obligaciones en moneda extranjera.
La balanza comercial durante la década 1880-1890 fue un problema para la economía. En el lapso de estos diez años, durante nueve períodos consecutivos el saldo fue desfavorable. Si analizamos la serie de tiempo desde 1885 a 1892 y trazamos una línea imaginaria para replicar la variación de los préstamos recibidos por el país, la tasa inmigratoria y el total de las importaciones, veremos cómo los movimientos están atados unos de otros.
Un año antes de la crisis de Baring en 1890, se sentía en el aire que el desequilibrio generado estaba por desatar una crisis. Argentina había puesto “el carro delante del caballo” ya que se efectuaban gastos improductivos a cuenta de los frutos que iba a producir la economía en el futuro. Las nuevas reglas bancarias permitieron una gran expansión monetaria, llevando el Banco Nacional la delantera. El gobierno de
la época en pos de mantener el nivel de gasto público privatizó algunos ramales ferroviarios, para obtener fondos frescos.
Para generar el oro necesario para cubrir los servicios de la deuda se dependía de las exportaciones, las cuales estaban muy por debajo del nivel necesario. Esto se debía a la lenta concreción de los planes de inversión, a las condiciones climáticas y a la baja experimentada por los precios mundiales de las exportaciones argentinas que se venía sucediendo desde 1876. Recién la recuperación de las ventas al exterior se dio en 1898, pero ya era demasiado tarde.
La Argentina transitó el período de 1885 a 1889 basándose en los flujos del exterior para cubrir la demanda de oro para abonar los servicios de la deuda y las importaciones que la economía requería. Pero esa estrategia no podía durar para siempre, tarde o temprano iba a colapsar. Para evitar la crisis se necesitaba que las exportaciones crezcan, de manera de generar los recursos necesarios para hacer frente a los compromisos externos y reducir las importaciones. Pero las ventas al exterior estaban fuertemente ligadas a las compras a otros países. El ingreso de moneda extranjera (vía exportaciones y empréstitos) era el motor de la economía, por lo cual una reducción de esta fuente de recursos iba a impactar en el nivel de actividad general.
Si consideramos el monto que ingresó al país en concepto de empréstitos más exportaciones, el 18% promedio anual sobre ese total era destinado a cubrir los servicios de la deuda. Pero si tomamos solamente las exportaciones, esa proporción ascendía al 42%. Una vez desatada la crisis en 1890, los vencimientos de deuda acapararon el 60% de los fondos generados por ventas al exterior.
Para ese entonces el premio o prima del oro, era un indicador de los desequilibrios de la economía. Este índice marcaba la diferencia entre el precio del metal precioso que contiene la moneda y el precio de mercado de esa moneda. Este indicador venía en ascenso desde 1885, marcando una gran iliquidez año tras año.
A partir del considerable aumento del premio del oro, el rendimiento de los instrumentos de deuda argentinos medido en libras esterlinas se derrumbó.
Entonces el país se veía afectado por el cierre de los mercados de créditos internacionales y por el propio aumento del premio del oro. Este combo generó un déficit en las cuentas públicas debido a la caída del ingreso y el aumento del gasto. El gobierno se vio obligado a incrementar el gasto en papel moneda para comprar en el mercado el oro necesario para intentar cumplir sus compromisos.
Aquellos productores que obtenían sus ingresos en oro por medio de las ventas en el exterior y tenían sus gastos en papel moneda, también vieron fuertemente socavada su rentabilidad producto del acrecentamiento del premio del oro. Fueron los bancos y las empresas más débiles las primeras en entrar en quiebra, además se produjo la explosión de la burbuja inmobiliaria que se había formado hasta el momento.
Las opciones para no caer en el incumplimiento de las obligaciones eran obtener una refinanciación de la deuda o reducir drásticamente las importaciones para obtener el oro necesario para hacer frente a los compromisos. Esta última medida paralizaría la economía, ya que las compras al exterior debían situarse en un tercio de las producidas en 1884. Además, se debía aumentar extraordinariamente el premio del oro, perjudicando de esta manera a la mayoría de la población. La suba drástica del premio del oro no se pudo evitar desde 1889, teniendo un pico máximo en 1891. Esto se debía a que los compromisos externos eran en oro o libras esterlinas, las importaciones se mantuvieron firmes y el gobierno utilizaba la emisión para ralentizar el ajuste.
La economía argentina incrementaba al extremo su dependencia del exterior, ya que cuando cualquier factor interrumpiera los flujos de fondos del exterior, el estallido sobrevendría inmediatamente. La desconfianza sobre el país crecía, los títulos de deuda se despreciaban drásticamente. La casa Baring Brothers era el agente financiero del gobierno en Londres y sus pérdidas por la situación de Argentina se acumulaban, lo cual la llevó a cerrar provisoriamente sus puertas.
El colapso fue inevitable, el Banco Nacional le envío en 1890 un telegrama con destino a la Baring Brothers diciendo que suspendía el pago de la tercera cuota trimestral del empréstito otorgado a la empresa de aguas. Es así como Argentina ingresaba al libro negro de naciones insolventes.
El nuevo presidente Pellegrini debía lidiar con la crisis y comenzó tratativas con la institución inglesa. Argentina intentó renegociar su deuda, pero la Baring Brothers se negó. La entidad exigía el pago de la cuota del compromiso relacionado con la empresa de Aguas Corrientes, de lo contrario liquidaría a esta última. Lo curioso de la situación era que la última organización mencionada era propiedad de la banca inglesa.
Durante largo tiempo se intentó poner como principal causal de la crisis de la Baring Brothers a nuestro país, pero diversos autores han puesto de manifiesto que las razones fueron otras. Por lo pronto hubo un desmanejo por parte de la banca extranjera en cuanto al financiamiento de su empresa de aguas en Argentina (sumado a casos de corrupción) e irresponsabilidad en los desembolsos otorgados a varios países. Sí es importante destacar que el golpe en el mercado londinense fue muy grande y se expandió a otras regiones.
El presidente Pellegrini intentó nacionalizar la entidad financiera inglesa, pero fracasó la operación. El Banco de Inglaterra se puso al frente del rescate de la Baring Brothers, para salvar el prestigio del sistema bancario británico. La estrategia fue dividir a la compañía en dos, librando a una de los pasivos para que pueda continuar con la operatoria y a la otra, se le adjudicó estas deudas y se la liquidó. A partir de allí se empezó a gestar la renegociación de la deuda argentina.
A finales de 1890, Victorino de la Plaza fue el encargado de llevar adelante las tratativas para destrabar el conflicto con la institución inglesa. Fue así como en mayo de 1891 se intentó acordar una moratoria, donde se reemplazaba los anteriores empréstitos por uno nuevo. Se garantizaba la operación con lo recaudado producto de los impuestos aduaneros y se debía nacionalizar la compañía de aguas. En este último caso se trataba de una empresa extranjera en quiebra y recuerde el lector, que la Baring Brothers anteriormente no reconocía la propiedad de la empresa. Las negociaciones no llegaron a buen puerto.
El incumplimiento de nuestro país en el año 1891 alcanzó la ostentosa cifra de 28 millones de pesos oro. En dicho año, bajo la presidencia de Sáenz Peña se retomó las negociones de la deuda, pero esta vez abarcando todos los acreedores. Sorpresivamente la Baring Brothers fue la representante del país ante los tenedores de bonos. En esta oportunidad se logró un acuerdo que implicaba una fuerte reducción de intereses de varios títulos argentinos y la postergación en el pago de intereses y amortizaciones. El país se comprometió a pagar un monto anual de un millón y medio de libras esterlinas anuales. La perla de la negociación es que dentro del paquete de deuda se incluyó el primer endeudamiento argentino de 1824.
Finalmente, la operación trajo calma financiera en cuanto los servicios de la deuda y permitió aprovechar los saldos positivos del comercio exterior producto principalmente de las inversiones en años anteriores y la mayor demanda mundial.
Para concluir el artículo citamos una frase de Ferns: “la crisis de la Baring fue resuelta primeramente por el gobierno argentino y solo secundariamente por el gobierno inglés, el Banco de Inglaterra y los intereses financieros de la City londinense”
(Rapoport, 2005) .
Bibliografía
Ford, A. G. (1969). Argentina y la crisis de Baring de 1890. Revista de la economía y la estadística, tercera época , 133-167.
Rapoport, M. (2005). El modelo agroexprotador. En Historia económica política y social de la Argentina (1880-2003) (pág. 85 a 90). Buenos Aires: Emecé.
DR. CP Alejandro Torresi